El abuelo vive en su rutina: se lava a la misma hora, desayuna a la misma hora, pasea a la misma hora. Un día, sus piernas deciden dejar de caminar y poco a poco se va apagando.
Cuando el abuelo se marcha para siempre, los que quedan construyen una casa muy cerca de él para que no se sienta solo.
Así continúa la historia: plácidamente, abriendo y cerrando cajones; recordando con cariño, “a través de la magia de un escritorio”, lo que fue su vida. Dicen que los que se van sobreviven gracias al recuerdo que de ellos pervive en quienes los amaron…
Sala El Mirlo Blanco (Teatro Valle-Inclán)